El día en que me soplaron un sopapo por la calle
Hace mucho, mucho tiempo (bueno, no tanto) en esta misma galaxia…
Un Pau adolescente e ingenuo (más aún) se dirigía con sus dos mejores amigas de entonces hacia un centro comercial con el objetivo de pasar una tarde agradable en el cine y merendando en McDonal’s (el presupuesto de entonces no daba para más).
Unos cuantos metros antes de la entrada de dicho centro Pau se despista 0.5 segundos y sus dos queridas amigas se adelantan unos poco pasos. En ese momento un calorro (cani que llaman en el sur) de más o menos su misma edad (bueno, quizá menos) intercepta su trayectoria y le pide amablemente veinte duros (joder, me estoy haciendo viejo).
-No tengo –contesta Pau de manera poco o nada convincente.
-No me mientas, sé que llevas –contesta el calorrillo con voz amenazante. Porque este tipo de gente no es tan tonta como parece y sabe, mediante unos estudios de mercado bastante rudimentarios, que si un adolescente va pasar la tarde del sábado a un centro comercial es seguro que llevará una cantidad de dinero no inferior a 10 euros (o 1000 ptas. entonces que la vida se ha encarecido mucho).
-Es que no llevo –la voz le empezó a temblar mientras se preguntaba: ¿por qué mis amigas siguen andando? ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que no sigo andando con ellas?
-Si te registro y lo encuentro va a ser peor.
Entonces el futuro interno de Fontcalent puso las manos en los hombros de su víctima, que instintivamente las apartó con un movimiento brusco… el tiempo se detuvo…
Dios mío, ¿qué acabo de hacer? Ahora entiendo cuando dicen que demasiada televisión altera la percepción de la realidad… ¿me creo Son Goku o qué? Y las zorras de mis amigas ni se enterarán de mi muerte hasta que lleguen a la taquilla y quieran que sea yo el que pida las entradas, pero para entonces habré perdido mucha sangre y la ambulancia no llegará a tiempo y ….
¡¡¡PLAS!!!
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Manotazo del delincuente juvenil en todo el pabellón auditivo.
Justo en el momento en que el brazo del agresor se encontraba a 90º grados antes de colisionar violentamente con su objetivo las, hasta entonces, despreocupadas amigas se dieron cuenta de que faltaba alguien en el grupo y se giraron justo a tiempo de ver cómo la cabeza de su amigo se separaba inquietantemente del cuerpo.
Bien, pensó Pau aturdido, ahora correrán a socorrerme. Y eso hicieron, correr… ¡pero en dirección opuesta!
Pau no daba crédito ante esta falta de… valor, amistad, caridad cristiana y… y de todo. Su sorpresa aumentó cuando escuchó como una de ellas le gritaba a la otra:
-¡No corras tanto!, ¡espéraME que llevo sandalias!
0_0 ¿y yo qué? Se preguntaba el pobre Pau, tendré que solucionar esta situación yo mismo. Y siguió el ejemplo de sus amigas: se puso a correr en dirección al centro comercial mientras pedía al cielo que su verdugo no le siguiera.
Afortunadamente no lo hizo. Cuando llegó al centro comercial se encontró a sus amigas bastante agitadas hablando con una segurata que las miraba indiferente.
-¡Le han pegado a un amigo!
-Pero… ¿dónde?
-¡Ahí fuera!
-Mira, es este.
-¿Tú eres al que han pegado?
-Esto… sí. (¿no ves que el color del lado izquierdo de la cara no se corresponde con el del derecho?)
-Un tío que está ahí fuera.
-Ah, yo es que no puedo salir de aquí, pero dime como es por si entra.
Le dio una descripción bastante vaga porque sabía que ni siquiera le estaba escuchando y se fueron al cine mientras Pau les echaba en cara a sus amigas que le hubieran abandonado de manera tan ruin y cobarde.
La película le gustó aunque el oído le estuvo pitando hasta casi el final. Cuando salieron sus amigas, muy comprensivas ellas le dijeron:
-¿Quieres llamar a tu madre para que nos recoja?
-¿Para qué?
-Por si sigue ahí fuera.
-No creo que siga ahí fuera, no voy a molestar a mi madre para eso.
-Mira, no te hagas el machito y llámala.
-Que no la llamo, coño. Llamad vosotras a la vuestra si queréis.
Y eso hicieron, con tal mala fortuna que ninguna de ellas pudo acudir a nuestro encuentro y tuvimos (más bien tuvieron) que armarse de valor para salir del centro comercial. Eso sí, se empeñaron en cruzar la acera y caminar agachadas por detrás de unos arbustos, como si mi amor propio no hubiera sufrido bastante humillación.
Por lo menos, aquel delincuente juvenil no se salió con la suya y no pudo arrebatarme mi paga semanal. Y ahora me queda el consuelo de saber que estará malviviendo robándole dinero a su pobre madre. Así funciona el karma.
Y colorín colorado, este cuento tan soso se ha acabado.
Un Pau adolescente e ingenuo (más aún) se dirigía con sus dos mejores amigas de entonces hacia un centro comercial con el objetivo de pasar una tarde agradable en el cine y merendando en McDonal’s (el presupuesto de entonces no daba para más).
Unos cuantos metros antes de la entrada de dicho centro Pau se despista 0.5 segundos y sus dos queridas amigas se adelantan unos poco pasos. En ese momento un calorro (cani que llaman en el sur) de más o menos su misma edad (bueno, quizá menos) intercepta su trayectoria y le pide amablemente veinte duros (joder, me estoy haciendo viejo).
-No tengo –contesta Pau de manera poco o nada convincente.
-No me mientas, sé que llevas –contesta el calorrillo con voz amenazante. Porque este tipo de gente no es tan tonta como parece y sabe, mediante unos estudios de mercado bastante rudimentarios, que si un adolescente va pasar la tarde del sábado a un centro comercial es seguro que llevará una cantidad de dinero no inferior a 10 euros (o 1000 ptas. entonces que la vida se ha encarecido mucho).
-Es que no llevo –la voz le empezó a temblar mientras se preguntaba: ¿por qué mis amigas siguen andando? ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que no sigo andando con ellas?
-Si te registro y lo encuentro va a ser peor.
Entonces el futuro interno de Fontcalent puso las manos en los hombros de su víctima, que instintivamente las apartó con un movimiento brusco… el tiempo se detuvo…
Dios mío, ¿qué acabo de hacer? Ahora entiendo cuando dicen que demasiada televisión altera la percepción de la realidad… ¿me creo Son Goku o qué? Y las zorras de mis amigas ni se enterarán de mi muerte hasta que lleguen a la taquilla y quieran que sea yo el que pida las entradas, pero para entonces habré perdido mucha sangre y la ambulancia no llegará a tiempo y ….
¡¡¡PLAS!!!
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Manotazo del delincuente juvenil en todo el pabellón auditivo.
Justo en el momento en que el brazo del agresor se encontraba a 90º grados antes de colisionar violentamente con su objetivo las, hasta entonces, despreocupadas amigas se dieron cuenta de que faltaba alguien en el grupo y se giraron justo a tiempo de ver cómo la cabeza de su amigo se separaba inquietantemente del cuerpo.
Bien, pensó Pau aturdido, ahora correrán a socorrerme. Y eso hicieron, correr… ¡pero en dirección opuesta!
Pau no daba crédito ante esta falta de… valor, amistad, caridad cristiana y… y de todo. Su sorpresa aumentó cuando escuchó como una de ellas le gritaba a la otra:
-¡No corras tanto!, ¡espéraME que llevo sandalias!
0_0 ¿y yo qué? Se preguntaba el pobre Pau, tendré que solucionar esta situación yo mismo. Y siguió el ejemplo de sus amigas: se puso a correr en dirección al centro comercial mientras pedía al cielo que su verdugo no le siguiera.
Afortunadamente no lo hizo. Cuando llegó al centro comercial se encontró a sus amigas bastante agitadas hablando con una segurata que las miraba indiferente.
-¡Le han pegado a un amigo!
-Pero… ¿dónde?
-¡Ahí fuera!
-Mira, es este.
-¿Tú eres al que han pegado?
-Esto… sí. (¿no ves que el color del lado izquierdo de la cara no se corresponde con el del derecho?)
-Un tío que está ahí fuera.
-Ah, yo es que no puedo salir de aquí, pero dime como es por si entra.
Le dio una descripción bastante vaga porque sabía que ni siquiera le estaba escuchando y se fueron al cine mientras Pau les echaba en cara a sus amigas que le hubieran abandonado de manera tan ruin y cobarde.
La película le gustó aunque el oído le estuvo pitando hasta casi el final. Cuando salieron sus amigas, muy comprensivas ellas le dijeron:
-¿Quieres llamar a tu madre para que nos recoja?
-¿Para qué?
-Por si sigue ahí fuera.
-No creo que siga ahí fuera, no voy a molestar a mi madre para eso.
-Mira, no te hagas el machito y llámala.
-Que no la llamo, coño. Llamad vosotras a la vuestra si queréis.
Y eso hicieron, con tal mala fortuna que ninguna de ellas pudo acudir a nuestro encuentro y tuvimos (más bien tuvieron) que armarse de valor para salir del centro comercial. Eso sí, se empeñaron en cruzar la acera y caminar agachadas por detrás de unos arbustos, como si mi amor propio no hubiera sufrido bastante humillación.
Por lo menos, aquel delincuente juvenil no se salió con la suya y no pudo arrebatarme mi paga semanal. Y ahora me queda el consuelo de saber que estará malviviendo robándole dinero a su pobre madre. Así funciona el karma.
Y colorín colorado, este cuento tan soso se ha acabado.