-¿Qué tal con el chico este?
-Pues no se… no me llena.
-¿Cómo que no te llena? ¿No era tan guapo, tan simpático y tan atento?
-Ya, pero no sé… no me llena.
-“No me llena”… Nunca me ha gustado esa expresión, no la acabo de entender.
-Eso es porque no conoces su origen. Te lo voy a contar, es un cuento.
-Ay Dios, ¿te crees Jorge Bucay?
-¿Te lo cuento o no?
-Sí, venga, pero como empieces a poner acento argentino me voy.
“Según la mitología alicantina, cuando los dioses crearon a las personas les dotaron de un complejo, aunque bien estructurado, sistema de sentimientos. Sin embargo, no les concedieron el don de enamorarse. Así, hombres y mujeres vivían relativamente felices al principio de los tiempos. Se reían, lloraban, se querían y odiaban unos a otros, follaban… todo era fácil porque esos sentimientos estaban bien definidos. Pero un día empezaron a sentir que les faltaba algo, todos y cada una de esas sensaciones, tanto físicas como emocionales carecían de un ingrediente… o de otro sentimiento que las completara y las definiera en similitud u oposición a él. Así que rogaron a los dioses que les concedieran tal sentimiento.
Al principio los dioses se mostraron reacios. Otro sentimiento podría hacer peligrar el equilibrio emocional de las personas. Pero los hombres no paraban de insistir. Como la paciencia de los dioses tiene un límite, al contrario que la avaricia de los hombres, finalmente cedieron, aunque con algunas condiciones. No le darían a los hombres el don que habían pedido, pero les retarían a conseguirlo.
Así pues los dioses regalaron a cada hombre y a cada mujer un recipiente vacío y les dijeron que tenían que llenarlo de los fluidos de vida/líquidos vitales para conseguir el sentimiento que anhelaban.
Entonces cada cual empezó a llenar su recipiente con sus fluidos vitales: sangre, lágrimas, sudor, semen, saliva, bilis… pero ni cuando el recipiente estuvo lleno notaron nada diferente.
Entonces llegó la frustración y el rencor hacia los dioses. Pidieron que les dieran la respuesta. Pero los dioses se mostraron firmes y no cedieron ni ante súplicas ni ante amenazas. Ni siquiera vacilaron cuando los hombres les dieron la espalda y dejaron de rendirles culto.
De todas maneras, los hombres no cejaron en su empeño y conservaron sus recipientes llenos con la esperanza de encontrar la respuesta algún día. Incluso el rey de los hombres ofreció una recompensa a quien encontrara el modo de hacer que los recipientes funcionaran. Por eso siempre los llevaban consigo, aunque también eran muy cuidadosos con ellos.
Un buen día un muchacho iba caminando con su recipiente cuando de repente se encontró con un joven que lloraba desconsolado al borde del camino. Cuando le pidió que le contara el motivo de su llanto este último le contestó que había derramado casi la totalidad de contenido de su recipiente y ya nunca encontraría el sentimiento del que todos hablaban. El muchacho, que era muy generoso, no pudo evitar emocionarse con sus lágrimas y decidió ayudarle. Le ofreció la mitad del contenido de su recipiente. Al principio, el joven se mostró sorprendido de que alguien quisiera compartir el contenido de su recipiente, ya que era muy difícil llenarlo (hacía falta dolor físico para conseguir la sangre, dolor emocional para las lágrimas, mucho esfuerzo para el sudor…) pero aceptó encantado.
Cuando el muchacho estaba vertiendo el contenido de su recipiente en el del joven, empezó a sentirse extraño. Lo mismo le pasaba al joven cuando los líquidos del muchacho empezaron a mezclarse con los restos de su recipiente. Empezaron a sentirse fuertes… y débiles, alegres… pero inseguros, ilusionados, con miedo, felices, melancólicos, todo a la vez, todo por separado… pero se sentían bien… como nunca antes se habían sentido. Era algo muy parecido al amor, pero no como el que sentían por sus familias, por ejemplo, este sentimiento era nuevo, muy extraño, era algo efímero y eterno a la vez… lo habían encontrado, se habían enamorado.
Después de hacer el amor como locos (que no follar), se dirigieron al palacio del rey a contarle la forma de obtener ese sentimiento tan especial y, de paso, recibir la recompensa (que lo de ‘contigo pan y cebolla’ no se lo creían ni entonces). Sin embargo, la sombra de la desgracia se cernió sobre ellos, pues un envidioso que había sido testigo de la escena (envidioso y voyeur) quiso robarles el recipiente para sentir él lo mismo. Durante el forcejeo el recipiente se rompió.
Los enamorados dejaron de estarlo y lloraron. Lloraron porque desde el momento en que se rompió el recipiente empezaron a echar de menos aquel sentimiento que les había hecho tan felices. Lloraron con amargura porque les dolía el desamor. Lloraron con tanto dolor que los dioses se apiadaron de ellos y les dieron una solución.
Les ofrecieron tres recipientes más pequeños a cada uno, tres frasquitos de cristal. Así podrían llenarlos con más facilidad y guardarlos en lugares diferentes para que estuvieran protegidos y así su amor de enamorados durara más tiempo.
Y eso hicieron. Cuando hubieron llenado los frascos con la mezcla de sus líquidos los miraron: se veían tan frágiles… en ningún lugar de la tierra estarían lo suficientemente seguros. Pensaron… y al final dieron con la respuesta. Pero necesitaban ayuda de los dioses, que al oír su propuesta aceptaron gustosos prestarles su ayuda nuevamente.
Se les ocurrió guardar los frascos dentro de su mismo cuerpo. Uno en la cabeza. Otro en la entrepierna. Y el tercero en el pecho. Así pues, siempre y cuando los tres frascos estuvieran llenos, sentirían amor verdadero. Si sólo se llenaba uno, o dos, pero no los tres, sería otra cosa, pero no amor verdadero. Pero allí dentro no se podían llenar con fluidos físicos… pero eso también tendrían que descubrirlo ellos mismos.
Con el tiempo descubrieron que el de la entrepierna era el más fácil de llenar… sólo hacía falta deseo y atracción.
El de la cabeza necesitaba unas cuantas cosas más: estímulos intelectuales, una buena conversación, sentidos del humor parecidos, aficiones en común, diferencias que dieran vida…
Y el del pecho… aún no se sabe que necesita el del pecho para llenarse. Simplemente se llena o no.”
-¿Te ha gustado?
-¿Insinúas que la primera pareja que se enamoró fue de mariquitas?
-…
¡Feliz día de San Valentín!
Especialmente a ti* porque... bueno, podría dar varias razones y ponerme cursi pero simplemente por ser la primera persona con la que comparto este día aunque sea en la distancia y de alguna-manera-no definida ;) pero sobre todo por ser tan... absolutamente tú.
*(No se porque pongo ‘a ti’ en plan misterioso si todo el mundo sabe a quien me refiero, jeje)